La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

lunes, 7 de mayo de 2012

UN PAÍS TRISTE


                                                                 
                A nadie se le escapa que vivimos unos momentos bastante penosos, en los que sobrevivir está comenzando a ser una especialidad.  Por un momento, volvimos a mirar al puerto, esperando los galeones de las américas cargados de oro, a beber alegremente el vino de las tabernas, invitando a cuantos entraban en ellas y sin mirar ni de soslayo la cuenta; a  tener tertulia de cafetín trasnochado mientras nos emborrachábamos con el vino malo que no era sino la sangre de nuestras heridas, entre jacaranda y chirigota, como las cigarras que llevamos dentro, en el adn español. Y en todo esto estábamos cuando, por sorpresa la pobreza comenzó a entrar por la puerta mientras el amor, el lujo, el estado de bienestar, la alegría, el pan y la sal, acompañaron al amor saltando por la ventana, dejándonos sumidos en un estado de estupefacción y de desamparo.
                Y, ¡cómo no!, comenzamos de nuevo a hacer lo que mejor sabemos: arreglar el país en los bares. Y de nuevo las voces que más alto hablaban eran las que tenían razón, sin que se tuviera en cuenta ni la procedencia, ni la sabiduría ni el sentido común. Entre tanto, nuestros dirigentes se dedicaron a callarnos la boca con subvenciones que minaban las reservas y no eran más que darnos un pescado en vez de enseñarnos a pescar (¿nadie les habló nunca de Confucio?). Y la mejor herencia de la Democracia se fue ya no por la ventana, sino por el desagüe, con un ruido vacuo y sordo de los desheredados más tristes: los que ni siquiera saben que lo son. Y otra vez se escuchaban, pero ahora más fuerte, las voces de los bares.
Suenan gritos de unidad: ¡debemos salir juntos de esta situación! ¡ todos a filas ! ¡ a una compañeros ¡ Y se arma el ejército de salvación, y nos alineamos en columnas para vencer a la desesperación; pero, “¿bajo qué bandera?” , pregunta uno de los más avispados. Y con solo una simple interrogación, se produce la derrota. No se puede lucir la enseña nacional sin ser tachado de facha, pero sí la de la tu comunidad; no se puede decir que te sientes orgulloso de ser español sin que te llamen derechón,  ; no es posible expresar otras ideas que no sean las políticamente correctas: la debacle asombra de nuevo los corazones. Y las voces de los bares, son ahora atronadoras.
Somos una nación de naciones sin bandera común; un país en el que nadie lucha por la colectividad; un pueblo que solo se une en los eventos futbolísticos: hemos perdido la identidad, y ahora hemos añadido al diccionario otro nuevo insulto: ¡ español  ¡  Supongo que a estas alturas ya habrá alguno que esté aplicando para mí alguno de los epítetos del párrafo anterior. Los mismos que se sienten orgullosos de proceder de su región y escupen a la bandera para, acto seguido, poner la mano y cobrar del Estado por su cargo. Y las puertas de los bares se llenan de un público aún más ruidoso: los izquierdistas de cafetín y tafetán que, desde sus poltronas de oro, se permiten llamarnos a las barricadas mientras guardan sus coches de alta gama en el garaje del chalet. Los mismos que, cuando escuchan hablar de  Marx, solo saben decir que era un cómico genial y que confunden a Engels con el protagonista de La casa de la pradera. Una masa ingente de voceras de tertulia barata que no se han leído en su puta vida El capital ni el Manifiesto comunista y, lo que es peor, no piensan hacerlo para no sentir remordimientos por la posición social y el patrimonio personal que atesoran.
                Somos un país triste, desunido y hundido. No podemos aspirar a más. Que sigan incrementándose las voces en los bares, que continúen alzando la voz. Gritemos más fuerte para que nadie pueda ver nuestro miedo. Arreglemos la situación en la barra y quedémonos cruzados de brazos ante la realidad. Tenemos lo que nos merecemos; somos lo que preconizamos. Solo polvo y ceniza que se lleva el viento, entre los ecos lejanos del fracaso.