La frase del día

El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero sólo un segundo sin esperanza.” — CHARLES DARWIN

viernes, 31 de julio de 2009

Ensoñación surrealista


Me enfrento de nuevo a otra noche en la que el sueño va huyendo de mí, sonriendo mientras sigue corriendo, a unos metros escasos, sabeedor de que hoy no es posible que le alcance. Supongo que por ser esta una hora tranquila, sin ruidos, sin prisas, es cuando a las personas les abruman un poco los recuerdos, en una hora miserable en la que a solas con la conciencia, uno intenta conciliarse, aunque no siempre sea posible. "Cuando los besos saben a alquitrán/cuando las almohadas son de hielo" escribió acertadamente el maestro Sabina, en uno de sus magistrales oleos que nos muestran distintas facetas de la deformada condición humana, para dejar al descubierto la globalización de los sentimientos, la generalización que por fin y de su boca es más que justa y merecida. Una hora de insomnio en el que los fantasmas bailan con las hadas, derramando por el suelo las bebidas mientras se fusionan en un desesperado baile que tiene como único fin encontrar la salida.
Mientras, a muchos kilómetros de aquí, el leve arrullo de las olas del Mediterráneo no se escuchan, y una vida se debate en un macabro juicio en el que el veredicto no esta claro, pues abogados, juez y jurado, son parte de la disputa, uno mismo contra uno mismo, argumentando acusaciones que cada uno se atribuye, que a todos les cuelga junto al sambenito que han arrancado de la iglesia, para poder ser identificados en la larga lista en la que han sido incluídos.
El amor lucha en confrontación abierta contra el silencio, derramando por sus heridas manantiales de felicidad, mientras las valkirias inician un nuevo ataque que les lleva a la toma de una nueva posición de privilegio dentro del caótico mundo de mis ensoñaciones. Los duendes y elfos, derrotados, huyen en desbandada para ir a caer frente a los fantasmas de la realidad que, apostados en una cómoda situación de privilegio, descargan con furia sus armas para ir aniquilando a las aterradas tropas del ejército de los seres fantásticos y mitológicos, que van muriendo lejos de su tierra, sin aún comprender el porqué.
Mientras, ajenos a todas las batallas que se libran, El hombre murciélago y Catwoman se funden en un apasionado beso, que les resarce de todos los sinsabores pasados, de todas las disputas y peleas que tuvieron que resolver para llegar a ese apasionado contacto, que les libra por completo de todas sus penas, y les da un pequeño instante de felicidad plena, en que solo existen el uno para el otro, en el que los mundos y submundos que han tenido que atravesar para encontrarse, dejan de tener ya importancia, sumergidos en el tenue pero intenso roce de sus labios, canalizadores ahora de tanta pasión contenida durante tan largo tiempo. Junto a ellos, agonizante, un orco despliega por primera vez en su existencia una sonrisa que parece extraña, implantada artificialmente en el rostro de una criatura que, como todos los de su especie, han nacido únicamente para dar dolor. En su postrero arrepentimiento, sus facciones se han relajado, cambiando a un semi estado de paz, que le concederá el pase a la vida eterna, y le condonará sus atroces crímenes, en el nombre del amor. Hombre y mujer, ya lejos de sus máscaras, se sonrien mientras comparten caricias de cuerpos extraños; pero que contienen almas sobradamente conocidas. Lejos está ya el abismo de Helm, lejos el fragor de la batalla; lejos el dolor, la locura, le desesperanza y la sinrazón. Ahora sus corazones desnudos flotan en el nirvana, mientras su gozo va alcanzando cotas insospechadas para ellos. En el momento del climax, oculto para todos los demás, dos palabras se entrelazan en sus bocas: "te quiero", dice ella. "Te amo", contesta él.
La amargura del pasado quedó enterrada: ahora solo les queda vivir, allanar caminos, recorrer veredas, atravesar sin miedo las fronteras de la piel, para llegar a ser lo que eran desde hace ya tanto tiempo: un solo ser en dos cuerpos.

sábado, 25 de julio de 2009

EL DESTINO Y LAS HADAS




En innumerables ocasiones muchos de los que me rodean han empleado esta palabra para intentar explicar algo inexplicable, cuasi-mágico o, simplemente, una de esas casualidades que contradicen con fuerza las alocadas teorías que rigen las llamadas leyes de Murphy, y que no son otra cosa de un compendio de pesimistas progresiones aritméticas aplicadas a la estadística y que, para más inri, suelen cumplirse. Cuando alguien tiene un final trágico, cuando alguien encuentra cualquier final inesperado, siempre hay una alma caritativa que suele exonerar al sujeto en cuestión y soltar alegremente aquello de : “era su destino”.


Muchas y variadas son las expresiones y giros idiomáticos que contiene la lengua española para designar algo similar a lo arriba reseñado: “estaba escrito”, “era su hora”, son solo algunas de ellas. Otras con unas claras connotaciones negativas pueden ser: “se encontró con lo que no esperaba” o la más coloquial “si lo estaba buscando desde hace tiempo”. Todas estas expresiones contienen un poso de sabiduría popular que viene a tratar de explicar lo inexplicable, la mayoría basadas en la obstinada reiteración por parte del sujeto en cuestión para asumir una y otra vez un determinado riesgo. Todo esto, bien se puede resumir en una serie estadística que va reduciendo las probabilidades hasta hacer, llegada a un determinado número de repeticiones, que la probabilidad del fatal desenlace sea cada vez más posible.


Como bien se puede observar por los dos anteriores párrafos, yo jamás he creído en el destino, ni en nada similar. Es muy frecuente de hecho escucharme apostillar muchas situaciones de las antes descritas con una de mis frases características: “no creo en la suerte ni en la casualidad”, compañeros que prestan su inestimable ayuda para que todo aquello que “está escrito”, se cumpla inexorablemente, y que no hace otra cosa que afirmar mi descreimiento por todo lo que huela a explicar cualquier hecho por medio de las fuerzas divinas, esotéricas u ocultas. Hasta ahora.

No hace mucho tiempo, alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, me hizo una pregunta que, en aquel momento, me sonó a todo lo anterior. “¿tú crees en el destino?, en aquel preciso instante, hubiera respondido (y de hecho algo similar contesté) que no. Hoy, con todo lo sucedido, no estoy tan seguro de la rotundidad de mi respuesta, albergando en mi interior serias dudas, que me han hecho replantearme muchas de mis creencias, que ya consideraba tan firmemente establecidas que, sin darme cuenta de ello, las había tildado de inamovibles, y que me han dejado inmerso en un mar de reestructuraciones interiores, acometidas tras la desaparición de la convicción que antes tenía, y que me están haciendo ver cuan equivocado estaba en muchas de mis mas interiores creencias.

Hoy, que gracias a las dudas creadas con una simple pregunta, he podido acceder a un rico mundo de contrastes que cada vez está más arraigado en mi interior, quiero expresarle mi eterna gratitud a esa persona que ha sido capaz de cambiar mi mundo para mejor, hacerlo más habitable y poblarlo de maravillosas hadas, que aportan luz y serenidad a mi alma cansada. Gracias por darme algo de tu magia con una simple pregunta.


Gracias.

domingo, 19 de julio de 2009

REENCUENTRO CON LA LUNA



Recuerdo que en mis muchas noches de adolescente, época de bisoñez y ternura, donde cada sentimiento era vivido como si fuera el último, me encantaba mirar la luna, y que ella me mirara. En mis ensoñaciones, la imaginaba como una dama que nos observaba, penetraba en nosotros para ver nuestros sentimientos y desnudarnos el alma ante ella, para después acariciarnos, recorriendo cada palmo de la piel, para besar nuestro dolor, para golpear nuestras alegrías; para, en definitiva, entregarse a nosotros con dulzura, haciéndonos pagar después un precio muy alto por sus atenciones. Una leyenda muy antigua, que encontré por casualidad en un viejo libro de la biblioteca, describía a Selene como una diosa hermosa, vestida con un velo blanco transparente, que escuchaba a los enamorados, atendiéndoles en sus peticiones por un tiempo, para después cobrarse la vida del amante por los servicios prestados, si este le gustaba, o la de ella si consideraba al hombre indigno de compartir su lecho, para conseguir así que sufriera por el simple hecho de no ser bien visto. Atraído por la crueldad de la leyenda, me pasé buena parte de la adolescencia mirando las noches de luna llena (que se supone que era cuando hacía su macabra elección) hacia el cielo, esperando ser el elegido la mayor parte de las veces, preso de la angustia propia de los tortuosos sentimientos adolescentes que, muy frecuentemente, me asaltaban, preso como era de un romanticismo que, a día de hoy, sigue acompañándome, tintado por los matices y los colores de las experiencias vividas.


Ahora que han pasado ya unas pocas décadas desde que todos aquellos pensamientos me ocuparan, miro hacia mis viejas creencias de “la fábrica de suenos rotos”, y me pregunto si aquella tortuosidad era fruto de mis vivencias o, tan solo, de mi difícil personalidad, de mi complejo mundo interior. Quizás el encontrarme ahora, más viejo, más cansado, mas vivido, con algunas similitudes me hace pensar que todo ello fuera producto de esto último, que nunca he sabido adaptarme a mis sentimientos, que he sido el rebelde sin causa en mi propio mundo interior, el disconforme, el incómodo inquilino de una habitación que no era tan inconfortable como quería creer.


Y ayer, solitaria y altiva, la luna se dio de nuevo cuenta de mi presencia. Poco a poco fue acariciándome con sus rayos, recorriendo mi cuerpo y recordando a aquel adolescente que pasaba tantos y tantos momentos, mirándola y amando en silencio; reconoció sin duda al viejo vate loco que otrora le dedicara sus mejores versos, sus mejores palabras, sus mejores lágrimas, más esta vez convertido en un hombre, en una versión envejecida de aquel joven, incapaz de articular palabra, recordando aquellos fugaces momentos que compartieron, instantes en los que él fue suyo y ella... del cielo. Supo reconocer en mi mirada la misma pena de otros tiempos. Compadeciéndose en una de las raras ocasiones en que lo hace; me dejó llorar en su hombro, me acaricio el rostro, y me dijo aquellas dolorosas palabras que reconfortan aunque sacuden el alma y te obligan a desesperar por el dolor y la rabia: “Sentirás que nada tiene valor, que todo te sobrepasa. No sabrás ver las injusticias que has cometido, mas sentirás las sufridas en carne propia, y las consecuencias de ambas. Serás de nuevo ese ser vulnerable al que perdonar la vida por compasión. Experimentarás tus pérdidas y las de todos aquellos a los que has hecho perder algo, sin que puedas hacer nada por evitarlo. Ahora, delante tuyo, solo quedan pasajes de dolor y lágrimas. Pero, si consigues salir del valle, entonces quizás puedas ser feliz. No olvides dentro a nadie, y descansarás. Perdona y serás perdonado, ama y serás amado; llora con otras lágrimas, no con las propias, para que tu alma encuentre descanso. Cuando hayas hecho todo eso, regresa a mí y sabré darte una muerte digna de un héroe.”


Supongo que aunque pase el tiempo, aunque nos modifique en algo la vida, la esencia permanece, como marca indeleble de lo que es en realidad tu alma. Los que hemos nacido para la tristeza, tenemos el simple cometido de servir de oscura referencia para todos aquellos nacidos para la alegría; no podemos soñar por ver el sol, por escaparnos de un papel que se nos ha dado en el gran teatro del mundo. Huir es imposible: las cadenas están dentro de nosotros, y romperlas solo nos puede conducir a la humillación, la soledad y la muerte.


Perdón por la tardanza en escribir algo, pero hay momentos en los que comprender ciertas cosas, puede ser pernicioso. Escribir para mí es encontrar el porqué de las cosas, y no siempre se tiene la fortaleza como para escuchar las verdades del alma.